Victoria de los Ángeles

Victoria de los Ángeles López García (1923-2005) fue una soprano española cuyo talento la llevó a convertirse en una de las voces más célebres del siglo XX. Nacida en Barcelona, en el seno de una familia humilde, su padre era bedel de la Universidad de Barcelona y su madre, originaria de Puebla de Sanabria, le dio el nombre inspirado en la Virgen de las Victorias. Desde pequeña, Victoria mostró una sensibilidad especial por la música, que pronto se convirtió en su gran vocación.

Con solo 18 años, se graduó en el Conservatorio del Liceo en tiempo récord y debutó en 1940 como Mimì en La Bohème de Puccini tras ganar un concurso de Radio Barcelona. Durante los años 40, se unió al conjunto Ars Musicae, dedicado a la música renacentista, y en 1945 asumió su primer gran rol en el Gran Teatro del Liceo como la Condesa de Las bodas de Fígaro. Su triunfo en el concurso de Ginebra en 1947 marcó el inicio de su proyección internacional.

La década de 1950 fue clave en su carrera. Actuó en escenarios como La Scala de Milán, la Ópera de París, el Festival de Salzburgo y el Metropolitan Opera de Nueva York, consolidándose en papeles como Marguerite en Fausto, Madama Butterfly y Elisabeth en Tannhäuser. Fue la primera española en cantar en el Festival de Bayreuth, donde impresionó al propio Wolfgang Wagner. En Argentina, se convirtió en una figura adorada del Teatro Colón, donde cantó desde Manon hasta Lohengrin. Además, su debut en el Carnegie Hall de Nueva York en 1950 y las giras por Japón, Australia y Sudáfrica reforzaron su estatus global.

Paralelamente a su éxito en la ópera, desarrolló una brillante carrera como recitalista. Con un repertorio que abarcaba lied alemán, melodía francesa y canciones españolas y catalanas, conquistó a públicos de todo el mundo. Desde finales de los años 60, dedicó gran parte de su vida a este género, colaborando con grandes compositores como Frederic Mompou y Joaquín Rodrigo. Aunque redujo sus actuaciones operísticas, ofreció interpretaciones memorables como Carmen y Pelléas et Mélisande, su última ópera en 1980.

Victoria era conocida por su enfoque meticuloso en cada partitura, priorizando la expresión musical sobre el lucimiento personal. Su voz, de soprano lírica con tintes spinto, poseía un timbre inconfundible que podía abordar roles tanto líricos como de mezzosoprano. Aunque algunos críticos mencionaron cierta rigidez en sus agudos, esta cualidad amplió su versatilidad interpretativa.

Tras una carrera llena de éxitos, dio su último recital en 1996 a los 72 años. Victoria de los Ángeles no solo dejó un legado como una de las sopranos más destacadas de su época, sino que también se convirtió en un referente de humildad, dedicación y amor por la música.